Friday, September 29, 2006

DEL LIBRO "EPISTOLARIO DE JAVIER"


PARA MAÑANA TODO SERÁ MEJOR



Papá me estuvo hablando y hablando anoche por largo rato. Esta vez fue un consejo bastante largo. Sólo que le entendí muy poco porque estuvo combinando sus consejos con algunos recuerdos de sus épocas de adolescente. Vaya que se extendió. Lo que pasa es que el viejo muchas veces se enreda en sus propias palabras y luego, inevitablemente, se va por lugares y temas de lo más confusos. Pero es buena gente, y yo sé que trata de ser un buen padre o, por lo menos, lo intenta bastante. Él dice que habló muy poco con el suyo y que tal vez, por eso, cometió muchos errores en su juventud. No quiere que el asunto se repita conmigo.
No es culpa de él entonces que todas las cosas me estén saliendo tan mal. En todo caso, siento que no debo fastidiarlo con lo que me está pasando, porque sería como demostrarle que se equivocó en sus métodos. Aquí la culpa de todo la tengo yo y por eso me he propuesto arreglármelas solo o, en todo caso, joderme solo.
Por lo pronto ya no faltaré a la academia. Es decir, si tengo que arreglar mis asuntos lo haré después. De esta manera ya no tendré que caer en otra de estas extensas sesiones de consejo con el viejo; sesiones que, en verdad, me dejan agotado, no sólo por el esfuerzo que hago para mostrarme atento, sino por parecer arrepentido. Lo curioso es que, a veces, lo hago tan bien que termino creyéndomelo y ando luego por ahí todo apavado con ganas de cambiar, de ser una mejor persona y de dedicarme íntegramente a los estudios. Y no es mala la idea, pero siempre aparecen esas cosas que terminan por descalabrar mis propósitos y me regresan, otra vez, al punto de partida. Esos días, yo mismo me odio cuando me veo en el espejo; siento que me tengo muy poco aprecio.
Por el otro lado también está Malena, que también anda con el mismo cuento de querer ayudarme porque, según ella, me ama y está segura de que lo nuestro es algo que va por lo serio. Yo no digo que no la quiera; es más, estoy seguro de que me va doler mucho cuando ella se canse de todo y me deje. Malena es, desde cualquier lado, una niña buena y decente. En todo caso, lo único de malo que tiene su vida es que yo estoy en ella.
Sin embargo con Malena también he encontrado una manera de sobrellevar las cosas. Una vez a la semana me quedo con ella en la biblioteca para estudiar; aunque, en verdad, yo no estudio gran cosa porque me distraigo fácilmente o me bloqueo; simplemente dejo pasar las horas mientras mi mente divaga en otras dimensiones: imagino cosas, a veces historias completas que después olvido, aunque algunas veces las he llegado a anotar por si alguna vez tuviera ganas de escribirlas más en serio. Son tantas las cosas que quisiera hacer y que nunca hago.
Con las visitas a la biblioteca y alguna que otra cosa que parezca estudiantil, tengo tranquila a Malena. Claro que también eso me deja cansado y hasta de mal humor; pero debo hacerlo porque - también con Malena - me daría mucha pena defraudarla en esas ilusiones de niña redentora que tiene en esa linda cabecita.
Malena tampoco me conoce. Ella sólo conoce lo que necesita y no se da cuenta o no quiere darse cuenta de todo lo demás que también soy. Algunas tardes, en las que dejo pasar las horas echado en mi cama, con el volumen del radio bastante alto, trato de pensar en nosotros después de los treinta. Imagino a Malena muy bonita y con unos anteojos pequeños y elegantes de abogada inteligente, manejando un discreto automóvil. Sólo que yo no puedo, hasta ahora, visualizarme junto a ella en ese supuesto futuro. No obstante, yo siento que la quiero intensamente.

Anoche me volví a topar con los rreveldes y el alacrán me dijo que tenía que pagarle en dos días a más tardar. Yo sabía que tarde o temprano me los tenía que encontrar. Las calles nos son tan grandes como uno quisiera. El gran problema es que ya no sé de donde sacar más dinero. Hasta ahora he podido vender la guitarra, el walkman y las zapatillas sin que nadie se percatara en casa; aunque yo sé que de todas maneras se van a enterar. Aun así no es suficiente para completar el pago. Hubo un momento en el que pensé saquear el cuarto del viejo, pero siento que todavía no he llegado a tocar el fondo. Es decir, ya he visto como empiezan las cosas en otros – y yo siento que ya he empezado -; he visto como todo se les va hundiendo alrededor y luego, poco a poco, todo se va pudriendo hasta que se toca fondo y entonces ya nada importa. Yo estoy resistiéndome todo lo que puedo y es seguro que trataré de seguir haciéndolo hasta el límite. Después he pensado – cuando ya nada se pueda hacer – en irme lejos, a donde mis errores no afecten a las personas que me quieren. No quisiera estar presente cuando todos ellos se enteren de lo que realmente soy: un fumón.
Es verdad que todo esto se pudo haber evitado, manteniéndome lejos de ese mundo; pero es difícil hacerlo cuando, al parecer, todo lo que está a tu alrededor está en contacto con aquello. Lo peor es que yo no lo hice porque tuviera algún problema, no tenía problemas; tampoco hubo alguien que me obligara a usarla, simplemente estaba allí en el día preciso y me prendí. Ahora que lo pienso, todo era muy rápido y vertiginoso en aquel tiempo; entonces fue como si estuviera manejando un coche sin frenos y después de chocar, simplemente me quedé allí. Tal vez, por eso, no quiero pedir ayuda de nadie, porque siento que no merezco el apoyo de nadie. Yo no puedo decir que llegué al vicio por culpa de algo o de alguien. Simplemente ya estoy allí desde algún tiempo y, como si fuera arena movediza, siento que me estoy hundiendo paulatinamente.
Hace algunas semanas, había tomado la decisión de salirme del vicio porque sentía que estaba perdiendo el control. Además, siempre había creído que podría salirme, apenas me decidiera; pero no había contado con esos detalles que ahora me tienen arrinconado. Estoy debiéndole dinero a los rreveldes, los chicos que me vendían la droga, incluso a crédito. Ciertamente no lo había pensado. Es decir, yo creí que podría mantenerme a salvo controlando simplemente la adicción, sin contar con los otros tentáculos en los que ahora estoy atrapado.
Por lo pronto, he decido irme de casa si acaso no logro completar la cuota. Definitivamente no es algo que me entusiasme; pero creo que sería peor esperar a que mi viejo se entere de que unos pandilleros me persiguen porque no puedo pagarles un crédito en drogas. No sabría qué decirle a ese hombre que tanto me quiere. Tampoco quisiera ver el rostro de Malena, ni el de nadie que me haya conocido. Simplemente quisiera desaparecer para todos los que me conocieron alguna vez.

Qué ganas de tener a la mano un cigarrillo cargado para salir de esta depresión, qué ganas enormes de levantar el volumen del radio hasta que la música reviente mis pensamientos, pero seguro que la vecina empezaría a golpear la ventana y le gritaría a mis viejos para que hagan algo conmigo porque soy un forajido y desconsiderado con los demás. Ganas de salir a la calle Aliaga y meterme al callejoncito y conseguir un par de mixtos al vuelo. Sin embargo, también quisiera estar junto a Malena ahora mismo, en el parquecito que está cerca de su casa, bajo los farolitos en donde nos besamos la primera vez, y hablar de esas cosas tranquilas con las que solíamos llenar tantas tardes. Por alguna razón, las cosas siempre han sido así para mí: una especie de camino muy delgado entre el cielo y el infierno. Por ejemplo, a veces quisiera ser un poco como mi padre, al menos en lo buena gente que intenta ser; pero no en lo ingenuo. Yo no dejaría que un hijo mío se acercara tanto al infierno. ¡Que ganas! Que ganas de arrancarme esta piel, este corazón, esta conciencia y ser otro para volver comenzar todo sin recuerdos sucios. Ahora mismo el Chavito y Sebastián deben estar buscando a los demás para salir a patear latas, y más tarde seguramente prenderán algunos tronchos: entonces el mundo parecerá más blando y más lejano. Pero Malena ya no está en casa para mí, desde hace días que no está para mí, se hace negar y yo la comprendo, pero la extraño inmensamente. Y no sólo la extraño a ella, sino a todo lo otro que existía alrededor de nosotros cuando ella estaba conmigo. ¡Que ganas tan enormes! Una vez un profesor dijo que algunas vidas son como piedras que caen por la pendiente y que caen y caen y ya no pueden parar. Me pregunto si no estaré cayendo desde hace rato. Papá hace muy poco me abrazó sin mayor explicación y yo sentí que dentro de él estaba llorando y que yo me escurría de sus brazos como si fuera simplemente arena. No estoy seguro si lo soñé o si fue verdad: desde hace días todo parece ser muy confuso. Por lo menos sé que estoy en mi cuarto desde hace mucho tiempo y que mi madre está caminando por la azotea con esos pasos de preocupación que yo le conozco. Pero tú debes comprender, mamá, que afuera hay un mundo que es distinto al que tú supones. Es que como si hubieran varios mundos en uno solo, todos allí, muy juntos y a la vez totalmente separados. Y tú jamás vas a poder ver más de lo que quieres ver. ¡Ganas! ¡Ganas! Ganas de buscar dinero en cualquier parte y salir por un poco para disipar las penas. Papá y Mamá me ayudaron cuando yo quise aprender a montar bicicleta, yo quería ir solo, y ellos hacían la finta de dejarme, pero yo estaba seguro de que estaban detrás de mí, listos a cogerme antes de que cayera. Todo era tan fácil en aquel tiempo. Luego, en algún momento, todo fue cambiando y de pronto estaba caminando por un sendero lleno de situaciones nuevas en donde ya no había una mano atenta para cogerme. Fue el Chavito quien puso en mi mano el primer troncho y me dijo que si tenía miedo; nadie debe tener miedo si está caminando por ese sendero; dos días después me metí el primer tiro de mi vida y juré que no había sentido nada. Ahora todo parece tan lejano: lo bueno y lo malo. Sin embargo yo no quiero ser una piedra que cae y que cae; yo no quiero escuchar otra vez ese llanto escondido de mi padre que me taladra el alma, tampoco quiero oír los pasos tristes de mi madre perdiéndose en la azotea; no quiero que Malena se vaya de mi lado creyendo que todo lo que vivimos fue malo; pero, sobre todo, no quiero ser una piedra que cae.

- Papa, ayúdame, ya no quiero seguir cayendo
Papá entonces me abrazó muy fuerte, como si en verdad me estuviera sosteniendo en el borde del abismo.
- Te juro que no lo voy a permitir, hijo. Sólo te pido una cosa: que tú tampoco te sueltes de mi mano.

Dicen que es muy difícil que alguien se sobreponga a la adicción. Pero anoche, después de mucho tiempo, pude dormir tranquilamente, como antes.

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